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viernes, 20 de junio de 2025

Un genio escondido

El Mozart de la Construcción


Una tarde cualquiera, el abuelo recibió una visita especial. Era don Bernabé, un hombre de su misma edad, pero con una energía que parecía sacada de una juventud aún en flor. Se saludaron con afecto sincero, como viejos camaradas que comparten una historia larga, y se pasaron horas conversando en el corredor, recordando aquellos tiempos en que la juventud era fuente inagotable de proyectos, aventuras, alegrías y una energía capaz de mover montañas.


Ambos habían trabajado en la construcción: mi abuelo como arquitecto, don Bernabé como maestro de obras. Juntos levantaron casas, escuelas, mercados… y también sueños. La tarde fue cayendo sin prisa, hasta que la noche los envolvió. Cuando finalmente se despidieron, acompañé a don Bernabé hasta la puerta. Lo observé alejarse caminando con paso firme, sin prisa, como quien no le debe nada al tiempo. Me sorprendió su buen humor, su vitalidad. Al regresar con el abuelo, no pude evitar preguntarle:


—¿Cómo es que ese señor, teniendo su misma edad, parece tan lleno de vida?


El abuelo sonrió, como quien guarda un secreto que le enorgullece compartir, y me dijo:


—Si lo conocieras más, te quedarías admirado. Ese hombre es como el Mozart de la construcción. ¿Sabías que aprendió a leer a los 75 años?


Me quedé sin palabras. El abuelo continuó:


—Lo conocí por casualidad, aunque ya otros arquitectos lo tenían como asesor. ¡Y vaya asesor! Interpreta los planos mejor que muchos que estudiamos en la universidad. Corrige errores, da consejos precisos, sabe de materiales, estructuras, de cómo y dónde reforzar una edificación. Ha inventado soluciones brillantes para construir en terrenos difíciles.


»Una vez, levantó una iglesia que aún es famosa en su barrio por lo ingenioso de su diseño. También fue pieza clave en la reconstrucción de la catedral después de aquel terremoto. No hay arquitecto que no haya aprendido algo de él.


Me senté, embobado con la historia, mientras el abuelo seguía hablando con admiración:


—Lo más curioso es que siempre ha sido humilde. Tiene un hermano millonario, pero jamás le ha pedido ni un vaso con agua. Siempre ha salido adelante trabajando. Aunque, si te soy sincero, creo que también ha tenido uno que otro milagro. En una ocasión estaba en la miseria, sin un centavo, y uno de sus hijos cayó gravemente enfermo. No tenía ni para comprar las medicinas… Entonces recordó que tenía un billete de lotería que alguien le había regalado. Su esposa lo revisó… ¡y era el número ganador del premio mayor! Así volvió a salir a flote.


»Pero nunca fue de los que piden favores. Al contrario, éramos nosotros, los que tuvimos estudios y mejores condiciones, los que acudíamos a él en busca de consejos.


»Cuando me contó que había aprendido a leer, le regalé un libro sobre construcción. Lo ha leído tantas veces que lo conoce de memoria. Siempre me dice que ha sido el mejor regalo de su vida. Lo tiene como su libro de cabecera.


El abuelo hizo una pausa, y luego me miró con esos ojos que parecen saberlo todo:


—Por eso, hijo, nunca juzgues a las personas por las apariencias. Casi siempre tienen algo que puede sorprenderte. Todos, de una forma u otra, tienen un don, una virtud. Algunos pueden ser verdaderos genios, aunque nunca hayan pisado una universidad. Don Bernabé es uno de esos. No vive en los libros de historia, pero los que lo conocemos sabemos que es un gigante.


Hay personas que no estudiaron en famosas universidades pero dejan huella en lo que tocan, son verdaderas muestras de la genialidad que brota donde menos lo imaginamos.

JuanAntonio Saucedo Pimentel 

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