Un grupo de niños fueron de campamento de verano y una noche alrededor de la fogata uno de los instructores empezó a contarles cuán importante es la naturaleza, la vida en el planeta y porque debemos amarla y cuidarla como el lugar que nos regala todo aquello que requerimos para la vida. Y continúo diciendo:
Durante millones de años, la Tierra cuidó de nosotros.
Nos dio agua dulce, bosques frondosos, aire limpio y animales de todas las formas y colores.
Pero llegó un momento… en que la humanidad dejó de ver la Tierra como madre…
y empezó a tratarla como almacén, como basurero… como un objeto más.
Cada año, más de 10 millones de hectáreas de bosque desaparecen,
como si ¡27 campos de fútbol fueran arrasados cada minuto!
Con ellos se van los cantos de las aves, los refugios de los monos,
los pulmones verdes que filtran el aire que respiramos.
Desde el año 1500, hemos exterminado más de 900 especies de animales vertebrados.
Y si contamos insectos, plantas, hongos y microorganismos… la cifra se vuelve incontable.
Se estima que cada día desaparecen entre 50 y 150 especies.
Algunas sin siquiera haber sido descubiertas.
Producimos más de 2,000 millones de toneladas de basura cada año.
Sí, dos mil millones.
Y gran parte es el resultado de un consumo absurdo:
envases que duran segundos en nuestras manos,
pero siglos enterrados en la tierra o flotando en el mar.
Matamos lo que no nos sirve.
Cortamos lo que no nos deja ganancias.
Ahuyentamos lo que no entendemos.
Y así… vamos rompiendo cadenas invisibles que lo mantenían todo unido.
Porque la vida en la Tierra es una orquesta.
Y nosotros… desafinamos el compás.
A veces, exterminamos una sola especie…
sin saber que era la abeja que polinizaba los árboles frutales,
o el pez que controlaba los mosquitos,
o la planta que podría haber curado una enfermedad.
¿Y por qué?
Porque queríamos más carne. Más plástico. Más velocidad.
Más comodidad… a costa de todo.
Pero aún hay tiempo.
Si hoy entendemos que no somos los dueños,
sino los invitados.
Que la Tierra no nos pertenece,
sino que nos sostiene.
Y que si seguimos destruyéndola,
no se apagará solo el canto de las aves…
sino también nuestra propia voz.
Porque no hay planeta B.
Ni segunda oportunidad.
Solo esta Tierra,
que aún nos mira con esperanza…
esperando que escuchemos
antes de que sea demasiado tarde.
Los niños escuchaban y se notaba en su rostro y sus miradas el asombro, la inquietud, la tristeza, así que el instructor cambió de tono y dijo:
Pero no todo está perdido.
Hay quienes, en silencio,
con manos llenas de tierra y esperanza,
están reparando lo que otros destruyeron.
En países como México, programas como “Sembrando Vida”
han reforestado más de un millón de hectáreas,
creando empleos verdes y devolviendo vida a la tierra.
Se han creado más de 250,000 áreas protegidas en todo el mundo,
desde selvas tropicales hasta arrecifes de coral.
Lugares donde la naturaleza puede respirar sin miedo.
Gracias a documentales como “Nuestro Planeta”,
“Antes que sea tarde”,
o “La Carta de la Tierra”,
millones han abierto los ojos a la belleza que aún existe…
y a lo que podemos perder si no actuamos.
Niños, jóvenes y abuelos están cambiando sus hábitos.
Se reduce el uso de plásticos,
se impulsa la agricultura sostenible,
la energía solar, los techos verdes,
las bicicletas vuelven a ser más que un juego.
Y tú, sí, tú que estás escuchando esto,
también puedes ser parte del cambio.
Sembrar un árbol.
Cuidar el agua.
Reducir tu consumo.
Inspirar a otros.
Porque si millones de pequeños actos se unen,
el planeta puede sanar.
Y quizás un día,
la Tierra vuelva a hablarnos…
pero esta vez,
no para pedir auxilio…
sino para darnos las gracias.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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