🎓 Clase del Profesor: “El Juicio del Hombre más Peligroso del Mundo”
[Escenario: Aula universitaria. El profesor, de porte sereno pero mirada intensa, inicia su clase con una pregunta que retumba como campanada en el silencio.]
Profesor:
—Queridos estudiantes… hoy vamos a analizar un caso que parece una fábula, pero no lo es. Les pido que dejen fuera las emociones y enciendan el pensamiento crítico.
La pregunta es simple… y brutal:
¿Qué sucede cuando un hombre, educado desde la infancia dentro de un marco existencial narcisista, con suficiente poder y riqueza para causar caos mundial, es acusado de ser responsable de guerras, crisis económicas, millones de muertes y angustia planetaria?
¿Se le condena?
¿Se le encarcela?
¿Se le detiene siquiera?
[Los alumnos guardan silencio. Algunos sonríen con amargura, como si ya intuyeran la respuesta.]
Veamos… imaginemos que este hombre llega finalmente a juicio. ¿Qué podrían decir sus abogados para defenderlo?
⚖️ 1. Inimputabilidad psicológica
“Su percepción del mundo está profundamente distorsionada. Fue moldeado por un entorno de privilegios, adulaciones y aislamiento emocional. No distingue el daño real del simbólico. No es un criminal… es un enfermo.”
Y de pronto, el verdugo se convierte en víctima.
💼 2. Legalidad funcional
“Las decisiones de mi cliente se tomaron en su calidad de líder legítimo. Todo fue aprobado por leyes, decretos, tratados o silencios institucionales. Por lo tanto… fue legal.”
Y ya sabemos…
lo legal y lo justo rara vez coinciden.
🌐 3. Culpa compartida
“No actuó solo. Fue parte de una maquinaria. Hubo asesores, bancos, ministros, empresas. Él era apenas una figura entre muchas. ¿Acaso vamos a castigar al instrumento y no a la sinfonía?”
Y así, el crimen se diluye como el azúcar en el café.
📊 4. Intenciones nobles
“Sus decisiones buscaban preservar el orden mundial. Nadie podía prever consecuencias tan graves. Fue un error de cálculo… no un crimen.”
Un clásico:
las buenas intenciones como detergente del desastre.
🧠 5. El Mesías incomprendido
“Mi cliente realmente creía estar salvando al mundo. Lo hizo desde una convicción casi mística. Sufre de un complejo mesiánico. No lo juzguen por su locura… admiren su fe.”
Y de nuevo,
el delirio se presenta como visión profética.
📰 6. Manipulación mediática
Mientras todo esto sucede, una orquesta mediática repite al unísono:
• “Ataque político”
• “Campaña de desprestigio”
• “El juicio del siglo”
• “Nadie ha hecho tanto por el mundo como él”
Y el pueblo, exhausto, termina dudando de su propio dolor.
👑 7. El chantaje final
“Si lo condenan, habrá consecuencias catastróficas: desplomes económicos, estallidos diplomáticos, represalias. ¿Vale la pena sacrificar el mundo por un hombre?”
Y entonces,
la justicia cede ante el miedo.
[El profesor hace una pausa. Camina lentamente entre los pupitres. Su voz baja, pero firme.]
Y así, estudiantes…
no hay cárcel. No hay castigo. No hay justicia.
El veredicto final es:
“El acusado presenta alteraciones mentales profundas. Será sometido a tratamientos y terapias especializadas. Queda bajo resguardo institucional.”
[Levanta una ceja con ironía.]
Por supuesto…
el “resguardo” es una villa privada en algún rincón del mundo.
Las terapias, cenas con psiquiatras que son también inversionistas.
Los especialistas, millonarios a los que ya nadie ve.
Y el espectáculo continúa.
Porque en este mundo, queridos alumnos,
la demencia es el refugio perfecto del poder sin alma.
[Silencio total. Un estudiante rompe el mutismo con una tímida pregunta.]
Alumno:
—¿Y nosotros, profesor? ¿Qué hacemos al saber esto?
Profesor (con media sonrisa triste):
—Reflexionar. Entender. Y quizás, no caer tan fácil en las redes de quienes nos enseñan que la verdad es peligrosa y la justicia… solo un teatro para apaciguar conciencias.
🎙️ El sendero del sabio
Una mañana nublada, de esas que invitan a la reflexión o a la locura —que a veces es lo mismo—, un joven subió al monte con un solo propósito: encontrar a alguien que pudiera mostrarle el camino a la sabiduría.
Y como en todo buen relato que se respete, allí, entre piedras y musgo, apareció un duende.
No era verde ni saltarín.
Era viejo, ojeroso, y olía a libros olvidados.
—¿Sabiduría, dijiste? —preguntó el duende con una ceja arqueada—. ¿Y por qué querrías semejante cosa?
—Para entender el mundo, para ayudar, para ver con claridad… —respondió el joven, como si estuviera declarando amor eterno.
El duende suspiró.
—Muchacho, el sendero a la sabiduría está cubierto de oscuridad, soledad… y sarcasmo. Los que lo han caminado terminan hablando solos, escribiendo libros que nadie lee o exiliados por decir lo que no se debe. ¿Estás seguro?
El joven asintió. Terco como todo aquel que aún no ha tropezado suficiente.
—Bien. Entonces abre bien los ojos… porque voy a mostrarte lo que no sale en los noticieros.
Con un chasquido de dedos, el mundo cambió.
Ahora estaban en una sala de juicio. No cualquier sala. Ahí, frente a jueces, cámaras y flashes, estaba un hombre poderoso. Uno que había causado guerras, hambre, desesperación. Un arquitecto del caos.
Se esperaba justicia. Se esperaba cárcel. Pero lo que vino fue otra cosa.
Un psiquiatra, bien pagado y bien peinado, tomó la palabra:
—Mi cliente no es un criminal. Es una víctima… de su infancia, de su genética, de sus traumas. No es malvado, es incomprendido.
Y los jueces asentían. Y el público aplaudía.
El abogado continuó:
—Además, ha contribuido mucho. Donó a fundaciones. Construyó hospitales… aunque fueran con el dinero de los mismos que dejó sin hogar.
El joven miró, atónito.
—¿Y eso es justicia? —preguntó.
—No, eso es el show de la justicia —respondió el duende—. Y como todo buen espectáculo, necesita guion, actores y un público distraído.
El hombre poderoso fue absuelto. En lugar de celda, le dieron descanso en su villa de diez hectáreas, con vista al mar y terapeutas de tiempo completo.
—Pero destruyó países —protestó el joven—. Provocó miserias. Arruinó millones de vidas.
—Cierto —dijo el duende—. Pero tenía un buen equipo legal, un par de diagnósticos oportunos… y, sobre todo, mucho dinero.
¿Y sabes qué es peor?
Que muchos lo admiran.
Porque confundimos éxito con virtud. Poder con inteligencia. Riqueza con razón.
El joven, por primera vez, dudó.
—¿Entonces para qué sirve la verdad?
—Sirve —respondió el duende—. No para llenar estadios ni vender camisetas…
pero sí para mantener despierto al que no quiere dormirse en el rebaño.
Sirve para que tú, cuando te toque elegir, no repitas la farsa.
El joven respiró hondo. Y dijo:
—Aun así… quiero seguir.
—Entonces prepárate —advirtió el duende—. Porque lo que viene es aún más duro: tendrás que pensar por ti mismo ,descubrir la verdad y decirlo puede costar muy caro.
Y ahí terminó la visión.
El joven abrió los ojos, de nuevo en la montaña.
No era sabio aún. Pero ya no era el mismo.
Había cruzado la primera puerta: la de ver lo que muchos prefieren ignorar.
Y ese, según dicen los verdaderos sabios —que suelen andar sin título ni fama—, es el primer paso para entender este absurdo teatro que llamamos realidad.
Siguiendo los consejos del duende, el joven André se adentró en el bosque de lo aparente, un lugar donde todo lo que se mostraba brillaba, pero lo que valía estaba oculto.
—Las verdades —le había dicho el duende con voz pausada— son como las raíces. No se ven porque el tronco te distrae. Para encontrarlas tendrás que escarbar en tu propia percepción.
Desde aquel día, André afinó sus sentidos. Aprendió a desconfiar de lo obvio, a escuchar los discursos buscando no solo lo que decían… sino lo que omitían. Entendió que cada palabra podía tener un efecto preciso, calculado, como una gota cayendo en una mente moldeable. Descubrió que la semántica ya no era solo significado, sino arma.
Los discursos modernos no eran meras opiniones: eran estrategias. Narrativas diseñadas con ciencia, envueltas en emociones, suavizadas con música, con rostros agradables y sonrisas seductoras. Detrás, millones de datos eran analizados por inteligencias artificiales que conocían al individuo mejor que sí mismo. Psicología aplicada al control social. Tecnología al servicio del poder. Una tiranía invisible, educada, casi amable… pero profundamente efectiva.
Muchos habrían retrocedido. Pero André no. Aquello no lo amedrentó: lo confirmó. Ese era su camino.
Y así, con determinación, escribió su primer ensayo:
“Tiranía y algoritmos: el nuevo rostro del control”.
En él expuso cómo la ciencia, que prometió liberarnos, ahora era usada para sedarnos.
Cómo la tecnología, que podía unirnos, era usada para clasificarnos, dividirnos y someternos.
Pero también dejó un mensaje:
“El conocimiento no es peligroso. Lo es el uso que se hace de él. Por eso el sabio verdadero no se encierra en bibliotecas, sino que escarba entre la gente, en los silencios, en las costumbres enterradas. Solo ahí, en las grietas, florecerá la verdad.”
🎙️ Título: “El joven que quiso ser sabio” capítulo 2
—Quiero ser sabio…
Eso fue lo que dije aquella noche en que lo encontré.
No quería fama, ni poder, ni fortuna.
Solo… entender.
—¿Sabes lo que estás diciendo? —me preguntó el duende, mientras fumaba con calma una hoja enrollada.
—Muchos lo han intentado, y más de uno ha terminado loco, otros fueron quemados, censurados, ridiculizados.
El camino de la sabiduría —dijo con los ojos entrecerrados— es oscuro, solitario y lleno de trampas.
No se trata de acumular libros ni de repetir ideas,
sino de descubrir las raíces invisibles que sostienen el mundo aparente.
Y eso… eso es peligroso.
Así empezó el viaje del joven André.
Con el corazón encendido por la búsqueda y los ojos aún inocentes frente al bosque de lo aparente.
Y fue ahí donde el duende le dio la primera clave:
—Las verdades sostienen, pero no se ven.
Como las raíces de los árboles, están bajo tierra.
Si te distraes con el tronco, nunca las verás.
André comenzó a escarbar, no con palas, sino con preguntas.
Aprendió que las palabras tienen trampa.
Que la semántica es un campo minado donde los discursos están diseñados para parecer verdad… sin serlo.
Descubrió que hay estructuras tan bien elaboradas que ni siquiera parecen estructuras:
Sistemas invisibles donde la ciencia, la tecnología y la psicología trabajan al servicio del control social.
A veces me pregunto si es posible encontrar algo parecido a la verdad.
Vivimos adormecidos entre deudas, pantallas, tarjetas de crédito y noticias que siembran miedo.
El entretenimiento anestesia.
La libertad se mide en gigabytes.
Y las rejas ya no son de hierro, sino de algoritmos.
[Reflexión del joven –con voz pausada]
Pero aún así… sigo.
He comprendido que no se trata de desconfiar de todo —eso enferma—,
sino de aprender a mirar más profundo.
Porque en medio de la niebla también hay faros.
Y si hay raíces… debe haber fruto.
André no era el único.
Otros también escarbaban, cada uno en su tierra, en su historia, en su rincón del mundo.
Unos hablaban, otros escribían, algunos simplemente vivían con dignidad.
La conciencia cósmica —esa presencia sin tiempo ni frontera—
seguía ahí,
esperando ser sintonizada.
Y quizás, solo quizás,
la sabiduría no sea una cima…
sino un sendero.
Un modo de caminar,
una forma de mirar lo invisible y seguir andando,
aunque duela, aunque rían de ti,
aunque el mundo parezca de piedra.
André lo entendió.
Por eso escribió :
“La tiranía en los tiempos modernos: cuando la ciencia sirve al control y la tecnología siembra obediencia.”
Y entonces, con la pluma firme y la voz serena,
siguió caminando,
buscando la raíz.
El Despertar de André (Fragmento Poético-Narrativo)
André avanzaba entre sombras y brumas,
por senderos donde el alma se desnuda.
No bastaban tratados ni nobles discursos,
si las raíces del mundo eran mentira y abuso.
Descubrió, con dolor, que la ley bien escrita
no florece si el suelo arenoso se marchita.
Los derechos humanos, tan bellos en verso,
se desvanecen si manda el pensamiento perverso.
Constituciones brillantes, selladas con fe,
son papel que arde fácil , se pierden ante el poder.
Porque el egoísmo no firma ni pacta,
solo toma, somete, destruye y aplasta.
Entonces vio Gaza, y el llanto del suelo,
otro rostro del mismo y eterno flagelo.
Ya lo dijo la historia, con sangre en la arena:
el genocidio regresa si el silencio lo ordena.
Pero Gaza no fue la primera ni última herida,
el mal ha marchado con paso y medida.
Guerras que borran ciudades y nombres,
solo para que reinen los mismos hombres.
Los que acumulan , la riqueza, el control,
se disfrazan de lógica, paz o razón.
Y quienes se alzan para decir la verdad,
son llamados locos, o enemigos del orden social.
André lo comprendió sin desesperarse,
porque ya no escuchaba a los engranajes
Sabía que el cambio, aunque lento, germina
cuando alguien escarba en las raíces que animan.
No con armas, ni gritos, ni odio feroz,
sino con sabiduría que no impone su voz.
Tal vez su camino fuera largo y solitario,
pero prefería ser libre… no un sicario.
En uno de sus momentos de introspección, André, sentado bajo el viejo árbol de raíces profundas, reflexionó:
“¿Y si el poder y la riqueza dejaran de ser instrumentos de sometimiento y se volvieran manos que construyen?
Si en lugar de guerras, los ejércitos se alistaran para sembrar, sanar, enseñar…
Si los grandes líderes fueran sabios, y no estrategas de la ambición…
¿Cuántos rostros dejarían de llorar? ¿Cuántos niños despertarían sin miedo ni hambre?”
Y comprendió que no era imposible, solo improbable en este mundo enfermo de egoísmo.
Vio con claridad cómo el ascenso al poder suele arrancar de raíz la empatía, cómo el oro se vuelve ceguera y los placeres se tornan cadenas suaves pero implacables.
“Es una enfermedad —dijo el duende apareciendo a su lado—. La llaman codicia. Y ha infectado imperios, religiones, revoluciones y hasta a quienes una vez soñaron con cambiar el mundo.
Pero tú, si logras mantener el corazón limpio mientras la mente se agudiza, quizás consigas curar al menos una parte de este mal.”
André apretó su bastón de caminante, sabiendo que esa batalla no se libra con espadas ni discursos, sino con ejemplo, constancia y sabiduría. Y aunque el sendero era largo y solitario, la luz seguía allá, al fondo del bosque.
🎙️Capítulo 3 – “El rostro del que ve”
Conforme avanzaba por el camino de la sabiduría,
el aspecto de André comenzó a cambiar.
No envejecía… pero tampoco seguía siendo aquel joven.
Su mirada se transformó.
Tenía ahora esa expresión serena, incisiva,
como quien ve más allá de lo superfluo.
Cada gesto hablaba sin palabras.
Cada silencio lo conectaba con lo intangible.
Su percepción se agudizó.
Su mente, como un faro interior, alumbraba capas que antes no existían.
Aparecían chispas de verdad…
destellos repentinos,
pequeños relámpagos en su pensamiento.
Descubrió que los deseos se aplacan cuando comprendes.
Que las emociones se ordenan cuando escuchas al alma sin miedo.
Y recordaba al duende,
siempre irónico, siempre sabio:
—Ten cuidado, muchacho.
Puedes terminar hablando solo.
Esto… esto es demencia si no sabes dominarla.
Camina despacio… si quieres entender lo esencial.
Así, entre raíces y ruinas,
entre símbolos antiguos y textos olvidados,
André fue encontrando tesoros.
Tesoros que no brillaban con oro,
sino con sentido.
Fragmentos de una ciencia no contaminada,
aún pura, aún libre de la seducción del poder.
Ahí estaban las huellas.
Los rastros de otros que caminaron antes:
Sabios, poetas, rebeldes.
Cada uno dejó una señal.
Una palabra.
Una línea.
Una estrella.
Y aunque muchos habían caído,
algunos…
aún avanzaban.
Eso —comprendió André—
eso es la evolución verdadera:
no la técnica, no la máquina,
sino la conciencia que se niega a extinguirse.
Aún estamos lejos —pensó—
muy lejos de merecer el título de humanos,
con la dignidad que eso implica,
con la sabiduría que eso exige.
Pero quizás…
algún día…
algún día podamos brillar,
no por conquistar el universo,
sino por comprender nuestro lugar en él.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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