PROFESOR:
—¿Qué es lo que hace que una persona común, como tú o como yo, se vuelva cruel?
—¿Será el poder? ¿Será la obediencia? ¿Será el miedo?
Vamos a mirar lo que dicen los hechos… y también lo que dice la historia.
[Se apagan las luces. El proyector muestra una vieja imagen en blanco y negro. Un hombre de bata blanca da instrucciones. Frente a él, alguien aplica descargas eléctricas a otra persona tras una pared.]
Este fue el experimento de Milgram, en los años 60.
Un voluntario aplicaba lo que creía eran descargas eléctricas a otro participante cada vez que fallaba una respuesta.
El “científico” —una figura de autoridad— le decía: “Continúe, es importante para el experimento.”
Y a pesar de los gritos, de las súplicas, grabaciones realizadas por actores,el 65% de las personas llegó hasta el final…
Hasta aplicar una descarga que podía ser letal.
¿Por qué?
Porque obedecían.
Porque alguien les decía que era “su deber”.
Ahora pasamos al experimento de la prisión de Stanford.
Un grupo de estudiantes fue dividido: unos serían “guardias”, otros “prisioneros”.
En solo seis días, el poder corrompió a los primeros.
Comenzaron a humillar, castigar y abusar de sus compañeros.
No eran criminales. No eran psicópatas.
Eran jóvenes normales… transformados por la situación.
[El profesor enciende la luz y se recuesta en el escritorio, cruzando los brazos.]
—Pero no necesitábamos estos experimentos.
La humanidad ya ha hecho muchos, demasiado reales.
Las guerras han demostrado, con brutal claridad, hasta dónde puede caer el ser humano cuando cree tener el derecho de dominar, de mandar, de destruir.
No importa si es culto o ignorante, rico o pobre, creyente o ateo…
Dale poder y miedo a la vez, y puede volverse inhumano.
Y lo más inquietante es que muchos de los que cometen atrocidades no lo hacen por maldad personal,
sino por obediencia ciega, por “seguir órdenes”, por cumplir con “las reglas”.
[Pausa larga. Luego el profesor mira a sus alumnos, con voz más baja.]
Pero…
Siempre hay quienes se niegan.
Quienes no se dejan arrastrar.
Quienes, incluso en medio del horror, mantienen la conciencia despierta.
*[Se proyecta una foto antigua. Una enfermera rubia de rostro sereno. Una estrella amarilla en su brazo.]
Esta es Irena Sendler, trabajadora social en la Polonia ocupada por los nazis.
Mientras otros se justificaban diciendo “yo sólo obedezco”,
Irena escondía niños judíos en maletas, sacos, ataúdes falsos…
Y los sacaba del gueto de Varsovia.
Salvó a más de 2,500.
Cuando fue descubierta, la Gestapo la torturó. Le rompieron las piernas.
Jamás reveló el paradero de los niños.
Sobrevivió. Y nunca pidió fama. Solo hizo lo que su conciencia le dictó.
PROFESOR (cerrando):
—Entonces sí…
el poder puede corromper.
la obediencia puede anular la moral.
y el miedo puede hacer que las personas olviden lo que son.
Pero también es verdad que hay quienes se salvan.
Gente común, con principios extraordinarios.
Una enfermera, un soldado que se niega a disparar, un maestro que enseña a pensar, un ciudadano que no calla.
Esos, los que se resisten a convertirse en engranajes de la crueldad,
son la prueba de que la chispa humana sigue viva.
Y ustedes —sí, ustedes—
tienen que decidir, cada día, de qué lado quieren estar.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
No hay comentarios:
Publicar un comentario