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miércoles, 6 de agosto de 2025

El lenguaje primario

🐾🌲**“El hombre que quería entender a los animales”**


Cuento 


Había una vez un hombre llamado Eloy, que desde niño se preguntaba si los animales se hablaban entre ellos, y si lo que emitían —trinos, maullidos, ladridos o chillidos— podía llamarse lenguaje.


Cuando creció, se convirtió en inventor. Tenía su taller lleno de aparatos con luces, sensores y pequeños micrófonos. Cada noche se dormía soñando con descubrir un día el diccionario secreto del bosque.


Hasta que un día, ya con canas en las sienes y una sonrisa tranquila, decidió que era hora de ir al corazón del bosque. No para imponer, sino para escuchar de verdad.

Para comprobar su hipótesis.


Llevó algunos de sus dispositivos, claro, pero sobre todo llevó algo más importante: tiempo y atención.


Se instaló junto a un arroyo y se dedicó a observar.


Primero escuchó los sonidos:

El canto de los pájaros al amanecer.

El crujido de las ramas bajo las pisadas de los venados.

El zumbido de los insectos, que parecía caótico… pero tenía ritmo.


Pero pronto notó algo aún más fascinante.


Los insectos parecían avisarse entre sí dónde había fruta dulce, sin emitir un solo sonido. Las ardillas se alertaban de un halcón desde árboles lejanos, sin que sus bocas se movieran. Y los conejos, desde madrigueras distintas, salían a la vez como si hubieran escuchado una señal invisible para todos.


Eloy empezó a dejar sus aparatos a un lado.


Comprendió que la comunicación no siempre necesita ruido. Que a veces los animales se sienten, se leen, se perciben. Como si su lenguaje fuera una red invisible hecha de mirada, de vibración, de intuición.


Una tarde, vio cómo un grupo de cuervos se reunía alrededor de un remolino de hojas. Lo observaban, se acercaban, saltaban alrededor y luego salían volando uno por uno. ¿Jugaban? ¿Danzaban? No lo sabía. Pero en sus movimientos había alegría.


Otra noche, notó cómo los tejones se sentaban juntos bajo la lluvia, sin moverse, como si celebraran la frescura del agua. Nadie hablaba. Nadie huía. Solo estaban… juntos.


Eloy dejó de anotar, dejó de grabar.


Solo miraba, sonreía y a veces, sin darse cuenta, también se comunicaba.

Un zorro le sostuvo la mirada.

Un búho giró la cabeza como saludándolo.

Y un ciempiés caminó sobre su mano sin miedo.

Una mañana lo despertó una voz suave que parecía venir desde la copa de los árboles, despierta el so va saliendo es hora de empezar a disfrutar la fiesta de la vida!


Finalmente entendió:

El lenguaje de los animales no siempre suena,

A veces solo se siente.


Paso el día feliz pensando que en todo había un mensaje secreto que valía la pena tratar de descifrar.


Y esa noche, por primera vez, Eloy durmió en paz bajo las estrellas, con la certeza de que había encontrado lo que buscaba. No un diccionario, sino una conexión silenciosa con el mundo que siempre estuvo allí, esperando ser notado.


🌙✨


Y así, querido lector o lectora, si alguna vez ves a dos aves mirarse desde ramas lejanas, o a un grupo de gatos quedarse quietos ante la luna, tal vez estés presenciando un diálogo antiguo… que no se oye, pero sí se entiende.

JuanAntonio Saucedo Pimentel 

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