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miércoles, 6 de agosto de 2025

Otro mundo

En una galaxia muy lejana, tan lejana que ni siquiera los telescopios más poderosos podían verla, existía un planeta llamado Flamaris. Era un mundo de colores intensos, montañas altísimas y volcanes que escupían fuego con furia y sin descanso.


Los habitantes de Flamaris, los flamarianos, vivían con miedo. Cada vez que había sequías, terremotos o enfermedades, subían corriendo a las laderas de los volcanes, donde encendían antorchas y ofrecían regalos a los Dioses del Fuego. Les pedían ayuda, les rogaban salvación, les prometían hacer mejor las cosas… pero nada cambiaba. De hecho, todo empeoraba.


Los mares se llenaban de basura brillante, los bosques desaparecían y los ríos se secaban. Los adultos decían:

—Hay que orar más fuerte. Tal vez los dioses están ocupados.


Pero un grupo de niños y niñas comenzó a preguntarse:

—¿Y si los dioses no están sordos, sino que esperan que nosotros hagamos algo?


Fue así como nació un pequeño grupo llamado “Los Guardianes del Cambio”.


No tenían túnicas mágicas ni poderes especiales, pero sí corazones curiosos y ganas de actuar. En lugar de subir a los volcanes, bajaron a los ríos para limpiarlos. En vez de dejar ofrendas, sembraron semillas. En lugar de esperar milagros, construyeron soluciones con sus propias manos.


Al principio, muchos se burlaban:

—¡Niños insolentes! ¡Cómo se atreven a desobedecer las costumbres!


Los niños de Flamaris preferían sembrar al anochecer.

Durante el día, el calor era intenso, y el aire parecía hervir cerca de los volcanes. Pero cuando el sol doble de Flamaris se escondía tras los riscos, el cielo se volvía un espectáculo.


Sus trajes brillaban con luces suaves, como luciérnagas tecnológicas. No era por vanidad, sino para ver mejor la tierra sin molestar a las criaturas nocturnas. Cada traje tenía el color favorito de su portador, y entre todos, parecían un jardín de estrellas caminando sobre la tierra.


Desde allí, si el cielo estaba claro, se podía ver a lo lejos un planeta brillante —los sabios lo llamaban “un planeta con discos ”, aunque nadie sabía si era el mismo que mencionaban los antiguos libros del cosmos—. Para los niños, era “el ojo feliz”, porque siempre que aparecía, parecía guiñarles como diciendo: “Lo están haciendo bien.”


Sembrar a esa hora era más que una tarea. Era una celebración del amor por la vida. Reían, cantaban y a veces se abrazaban sin razón. Sentían que estaban haciendo historia… y lo y



Pero poco a poco, los árboles volvieron a crecer. Las aves regresaron cantando. El agua volvió a fluir clara y dulce. Las enfermedades disminuyeron y las personas comenzaron a sonreír más. Las familias se reunían a compartir lo que cosechaban en lugar de competir por lo que faltaba.


Los adultos empezaron a darse cuenta de que, tal vez, los verdaderos milagros no venían del cielo… sino de dentro del corazón.


Entonces los volcanes siguieron rugiendo, sí, pero ya no eran temidos: ahora eran solo parte del paisaje de un planeta que se curaba con amor, acción y conciencia.


Desde entonces, en Flamaris no se prohibió creer en los Dioses del Fuego. Pero se enseñó que la fe verdadera no es solo pedir, sino actuar con responsabilidad, cuidando el planeta y a los demás.


Y así, los Guardianes del Cambio se multiplicaron.


Tal vez… uno de ellos está naciendo justo ahora, en otro rincón del universo.

¿O será que está dentro de ti. 

JuanAntonio Saucedo Pimentel 



Si por algo tengo que orar, que sea por el bienestar, no sólo el mío, sino de todos los que en este mundo vivimos envueltos en las penas por nuestros propios actos , insensatos, no sabemos lo que hacemos, es cierto, no entendemos los mensajes,  no atendemos las doctrinas que nos han marcado el camino correcto, seguimos nuestros impulsos y deseos creyendo que la riqueza y el poder o la fama nos pueden dar felicidad y tranquilidad en el espíritu, cuán grande es nuestra locura! Mientras afirmamos creer en Dios actuamos como si fuéramos inmortales creadores de cuanto existe, queremos ajustar todo a nuestros deseos , clasificar, dominar, sentirnos poderosos y cuando llega el momento en que la vida se va marchitando ,las huellas de nuestros excesos se manifiestan el cuerpo y el espíritu, buscamos alivio y perdón , solo para encontrarnos frente a un espejo que muestra con claridad lo que somos, simples mortales que no supieron reconocer su propia humanidad. Así que he de orar para que se nos perdone tanta arrogancia, se nos otorgue clemencia, no porque lo merezcamos, sino porque ya hemos pagado el precio de nuestros actos, viendo el sufrimiento de los que amamos, en carne propia sintiendo, el dolor intenso, el sufrimiento de saber que nos equivocamos.

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